Monique Guerrero no era ferroviaria, no sabía mucho de ingeniería ferroviaria y estaba ocupada con muchas otras cosas, como ganarse la vida dando clases en la escuela primaria de Angoustrine, cultivando su huerto y participando en asuntos públicos como activista en asociaciones o como concejala. En resumen, era una vida ajetreada, pero muy alejada de las vías del Tren Amarillo, que había circunvalado su pueblo cuando se construyó.

Monique Guerrero conocía un poco sobre el Tren Amarillo, que era eléctrico y circulaba por una vía más estrecha que los demás trenes. Sobre todo, Monique Guerrero sabía que el Tren Amarillo estaba vinculado de manera indisociable al territorio que atravesaba y que su posible desaparición, una cuestión que se había planteado varias veces en las últimas décadas, sería una auténtica catástrofe para esta región montañosa.

Así que un día de otoño de 2014, cuando se anunció el cierre del tramo superior de la línea (Font-Romeu – Latour-de-Carol/Enveigt), Monique Guerrero se reunió con un puñado de personas (bueno, dos puñados, ya que eran diez) en un salón comunal de Saint-Pierre-dels-Forcats para preguntarse qué podían hacer para salvar la línea. Había una maestra jubilada, dos alcaldes en ejercicio y otro jubilado, dos guías de montaña, un agente forestal, un ingeniero jubilado, un auxiliar de guardería e incluso un fotógrafo.

Ese día nació el Comité de Usuarios de la Línea del Tren Amarillo, cuyas siglas en francés CULTJ suenan muy mal, pero su voz resonó muy fuerte, incluso en las oficinas de la SNCF, el Consejo Regional e incluso el Estado, con un único lema “No al cierre del Tren Amarillo”.

Se decidió por unanimidad que Monique Guerrero sería la presidenta de esta “agrupación”, que pronto se convertiría en una máquina de reunir a personas de todos los ámbitos de la vida y de reunir en torno a sí y a su presidenta a más de trescientos miembros y simpatizantes de todas las latitudes.

Unas semanas más tarde, la región de Languedoc-Rosellón, con el apoyo del Gobierno, liberó fondos para tapar los agujeros y salvar la línea. La recién creada región de Occitania se haría cargo entonces del proyecto con un plan para salvaguardar y, sobre todo, modernizar la línea para que pudiera seguir funcionando en el futuro.

Monique Guerrero, que solo había firmado por un mandato de un año, continuó en el cargo, no porque se aferre al puesto, sino porque simple y lógicamente es la persona más indicada para hacerlo.

Esta colegiala nata ha estudiado los documentos técnicos y jurídicos, ha asistido a decenas de reuniones con las autoridades ferroviarias y políticas y ha plantado cara a los que siempre dicen que no se puede hacer, que es demasiado difícil, demasiado caro, y que sería mejor que el tren fuera solo una atracción turística, nada más.

Monique Guerrero tiene muy buena opinión del servicio público, lo cual es natural, ¡ya que se ha pasado la vida en él!

Defiende a esta línea y el modelo de sociedad del cual es un ejemplo con una sonrisa benévola, una pluma férrea y una determinación inquebrantable. Una sociedad en la que el coche privado no sea el único medio de transporte. “Los coches son como los autobuses y los trenes, afirma, se pueden compartir, la vida misma se trata de compartir”.

Así que quizá Monique Guerrero no sea Presidenta del Comité de Usuarios durante el resto de su vida, y esperamos que no lo sea, pero quien la sustituya en ese cargo recibirá un tren que funciona y, por supuesto, no le erigiremos un monumento, pero junto a quienes lo quisieron, quienes lo crearon, quienes lo defendieron con uñas y dientes, Monique Guerrero seguirá siendo una de las personas de las que se puede decir que salvaron al Tren Amarillo.

“¡Gracias, señora!”

Georges Bartoli,
fotógrafo, miembro del Comité de Usuarios del Tren Amarillo